miércoles, 7 de septiembre de 2011

Día 30: uno que pueda salvar vidas

Las correcciones, de Jonathan Franzen
Esta ha sido sin ninguna duda la categoría más polémica de las propuestas en este ejercicio. Muchos han creído (o querido) ver en ella la trampa final de un vendedor o un charlatán: el libro de autoayuda sospechosamente escrito por el autor de este blog, o la propaganda religiosa o ideológica. No se trata de nada de eso. Se trata, si quieren, de pura y simple ingenuidad. Efectivamente creo que la literatura, la buena literatura, puede salvar vidas. Sé que no soy el único en creerlo. En algún lugar leí la siguiente frase de Juan Villoro: "la literatura es como el paracaidismo: en condiciones normales la practican algunos espíritus arriesgados, pero en caso de emergencia le salva la vida a cualquiera". Y en un registro menos radical dice Luis Fernando Afanador: "si la literatura no sirve para ayudarnos a vivir, no sirve para nada". Mi convicción es que no sólo la literatura, sino la ficción en general (y eso incluye, por supuesto, al cine) nos sirve para vivir más y mejor. Más, porque vivimos otras vidas, que no tenemos posibilidad de experimentar directamente; somos marineros del siglo XVIII, campesinos rusos del XIX, caucheros del Amazonas a inicios del XX, judios de Chicago, senegaleses en París. Mejor, porque aprendemos de los errores y los aciertos de otros, de las historias múltiples y complejas de otros, de situaciones que hoy pueden parecernos remotas e inverosímiles pero mañana, quizá, tengamos que enfrentar de un modo u otro. 
Salvar la vida no es sólo un asunto de última hora, no es algo que suceda cuando se está al borde del suicidio, ni siquiera hay que estar deprimido o desesperado. Se trata de renovar la fe en la belleza, en la importancia de ciertas cosas que la vida cotidiana va haciendo banales y la literatura recupera y sublima.
Y en fin, me parece que yo empecé a comprender estas cosas (o a creer en ellas) más o menos cuando leí Las correcciones. No es que esta novela me haya revelado algún secreto existencial, es sólo una muy buena novela, como muchas otras, que leí en un momento crucial de mi vida en el que debía decidir muchas cosas relativas a la familia y a las expectativas de mi futuro. Y no las decidí a partir de un personaje o una situación concreta de la novela, pero de algún modo la novela me ayudó a dimensionar el asunto, a verlo más claramente. Y digo yo, ingenuamente, que me salvó la vida.

martes, 6 de septiembre de 2011

Día 29: uno que se haya robado

Corre conejo, de John Updike
La verdad es que este libro encaja perfectamente en la categoría “uno que lo haya sorprendido por bueno”, porque siempre tuve prejuicios con él: lo veía en todas las librerías de segunda mano prácticamente regalado y en distintas ediciones. Si nadie lo quería aun siendo tan barato por algo sería, pensaba. Lo incluyo en esta categoría porque efectivamente lo robé, y no he robado muchos libros (sólo recuerdo otros dos, y no son de literatura). Se lo robé, por supuesto, a una amiga, en su casa. No soy capaz de robar un libro en una librería. No estoy seguro de que ella sepa que lo robé o que recuerde que me lo prestó (y espero que no lea este post). Se lo pedí prestado porque no quería comprarlo a ningún precio y porque de algún modo esperaba no leerlo y devolverlo pronto. Lo leí, me encantó, y me lo quedé. Ahora soy fanático de Updike. Tras Corre conejo he leído varias novelas suyas y todas me han parecido geniales. 

lunes, 5 de septiembre de 2011

Día 28: uno que lo haya asustado

La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa
Recuerdo la lectura de esta novela con una mezcla de temor y admiración. Admiración, porque es el producto de una investigación escrupulosa de Vargas Llosa (no es muy común que los escritores se tomen tan en serio la investigación previa a la escritura); y temor, porque está escrita tan soberbiamente bien, con una suerte de realismo crudo y complejo al mismo tiempo, que uno termina metido de cabeza en las trincheras, con los médicos militares, cercenando piernas sin anestesia. Y es duro. Fue tan duro para mí que recuerdo haber llorado; es quizá la única vez que he llorado leyendo un libro. Quizá todos los libros sobre la guerra, cualquier guerra, son en el fondo antibélicos, y por eso hacen énfasis en el absurdo o el sinsentido. La guerra del fin del mundo logra cumplir con ese requisito del género sin caricaturizar a los personajes ni las razones de la guerra. Quizá por eso es aún más verosimil, y asusta.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Día 27: uno que le regalaron y no le gustó

Notas, de Marcel Duchamp
Tengo cierta obsesión con Duchamp y con su obra, de manera que he aburrido a generaciones de estudiantes con largas divagaciones sobre el ready made. Mi obsesión por Vila-Matas está directamente relacionada con Duchamp, pues al primero empecé a leerlo por la Historia abreviada de la literatura portátil, que es un libro radicalmente duchampiano. En fin, hace unos años un amigo decidió regalarme la edición que hizo Tecnos de las Notas de Duchamp, la más completa y la más juiciosa que hay en castellano. Aún agradezco el gesto, pero el libro es ilegible, aburrido y un poco absurdo. Es tan minucioso y literal el estudio de las notas sueltas de Duchamp que parece más un ejercicio psicoanalítico que otra cosa. En fin, atesoro el libro, porque es raro, pero la verdad es que es también inútil.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Día 26: uno que asocie con la música que le gusta

Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters
Me gusta el blues. No es el único tipo de música que me gusta; como todos, tengo un gusto musical ecléctico. Pero el blues me gusta lo suficiente para haber acumulado discos, datos, imágenes, recuerdos, películas sobre el género. Y este libro; que no es un libro sobre blues ni tan siquiera sobre música; es de poesía. Más exactamente, de epitafios. 250 epitafios que Lee Masters escribe para los muertos de Spoon River, un pueblo cualquiera en Illinois (el tipo de lugares que se asocian a la expresión “la América profunda”). Para mí estos epitafios-poemas suenan como suena el blues, el viejo blues del Mississippi, de Robert Johnson, falta apenas una guitarra vieja rasgada de vez en cuando, entre poema y poema.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Día 25: uno para aprender a perder

Carpe diem, de Saul Bellow
Creo que las lecciones más difíciles, pero también las más importantes, son aquellas que nos enseñan a perder, que nos recuerdan que no siempre (o casi nunca) podemos ganar. Las historias que nos dan estas lecciones son el reverso de los libros de autoayuda. Y sin embargo nos pueden ayudar: a ser menos pretenciosos, o menos orgullosos, a estar listos para encajar la derrota, a estar menos ansiosos y más tranquilos, a saber, en fin, que no somos los primeros ni seremos los últimos en perder. En esta novela corta Bellow cuenta la historia de Tommy Wilhelm, un hombre de cuarenta años que hace un duro balance de su vida y decide, como sugiere el título del libro, jugar su suerte a lo que le depare cada día; una estrategia desesperada con resultados imprevisibles. Por supuesto, como hace suponer el título de esta entrada, y como hace suponer la experiencia objetiva, Wilhelm pierde la apuesta.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Día 24: uno que no le prestaría a nadie

Antología del cuento norteamericano, selección de Richard Ford
Todo lector (¿casi todo lector?) es, por definición, fetichista. O lo era, antes del libro electrónico y etcétera. Yo no cambio los libros como objeto por los libros como archivos digitales. Me gusta sentir el peso de cada libro, la textura de las páginas y todas esas cosas que a los nuevos lectores digitales les parecerán cursilerías de nostálgicos decadentes. Y compro libros-objeto, por supuesto, muchos de los cuales no pienso leer tanto como hojear o simplemente admirar (y alardear de ellos, claro): libros de arte o cine y ese tipo de cosas. No prestaría ninguno de esos. Pero ya que he limitado este blog a la literatura elegiré este libro editado por Galaxia Gutenberg en 2002. Y lo elijo porque es un objeto hermoso: 1300 páginas en papel arroz o cebolla o, en todo caso, muy delgado (no sé el tecnicismo correcto), encuadernado (cosido), tapa dura, separador de tela cosido al lomo. Ah, y el contenido. La antología es excelente, claro.