miércoles, 7 de septiembre de 2011

Día 30: uno que pueda salvar vidas

Las correcciones, de Jonathan Franzen
Esta ha sido sin ninguna duda la categoría más polémica de las propuestas en este ejercicio. Muchos han creído (o querido) ver en ella la trampa final de un vendedor o un charlatán: el libro de autoayuda sospechosamente escrito por el autor de este blog, o la propaganda religiosa o ideológica. No se trata de nada de eso. Se trata, si quieren, de pura y simple ingenuidad. Efectivamente creo que la literatura, la buena literatura, puede salvar vidas. Sé que no soy el único en creerlo. En algún lugar leí la siguiente frase de Juan Villoro: "la literatura es como el paracaidismo: en condiciones normales la practican algunos espíritus arriesgados, pero en caso de emergencia le salva la vida a cualquiera". Y en un registro menos radical dice Luis Fernando Afanador: "si la literatura no sirve para ayudarnos a vivir, no sirve para nada". Mi convicción es que no sólo la literatura, sino la ficción en general (y eso incluye, por supuesto, al cine) nos sirve para vivir más y mejor. Más, porque vivimos otras vidas, que no tenemos posibilidad de experimentar directamente; somos marineros del siglo XVIII, campesinos rusos del XIX, caucheros del Amazonas a inicios del XX, judios de Chicago, senegaleses en París. Mejor, porque aprendemos de los errores y los aciertos de otros, de las historias múltiples y complejas de otros, de situaciones que hoy pueden parecernos remotas e inverosímiles pero mañana, quizá, tengamos que enfrentar de un modo u otro. 
Salvar la vida no es sólo un asunto de última hora, no es algo que suceda cuando se está al borde del suicidio, ni siquiera hay que estar deprimido o desesperado. Se trata de renovar la fe en la belleza, en la importancia de ciertas cosas que la vida cotidiana va haciendo banales y la literatura recupera y sublima.
Y en fin, me parece que yo empecé a comprender estas cosas (o a creer en ellas) más o menos cuando leí Las correcciones. No es que esta novela me haya revelado algún secreto existencial, es sólo una muy buena novela, como muchas otras, que leí en un momento crucial de mi vida en el que debía decidir muchas cosas relativas a la familia y a las expectativas de mi futuro. Y no las decidí a partir de un personaje o una situación concreta de la novela, pero de algún modo la novela me ayudó a dimensionar el asunto, a verlo más claramente. Y digo yo, ingenuamente, que me salvó la vida.

martes, 6 de septiembre de 2011

Día 29: uno que se haya robado

Corre conejo, de John Updike
La verdad es que este libro encaja perfectamente en la categoría “uno que lo haya sorprendido por bueno”, porque siempre tuve prejuicios con él: lo veía en todas las librerías de segunda mano prácticamente regalado y en distintas ediciones. Si nadie lo quería aun siendo tan barato por algo sería, pensaba. Lo incluyo en esta categoría porque efectivamente lo robé, y no he robado muchos libros (sólo recuerdo otros dos, y no son de literatura). Se lo robé, por supuesto, a una amiga, en su casa. No soy capaz de robar un libro en una librería. No estoy seguro de que ella sepa que lo robé o que recuerde que me lo prestó (y espero que no lea este post). Se lo pedí prestado porque no quería comprarlo a ningún precio y porque de algún modo esperaba no leerlo y devolverlo pronto. Lo leí, me encantó, y me lo quedé. Ahora soy fanático de Updike. Tras Corre conejo he leído varias novelas suyas y todas me han parecido geniales. 

lunes, 5 de septiembre de 2011

Día 28: uno que lo haya asustado

La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa
Recuerdo la lectura de esta novela con una mezcla de temor y admiración. Admiración, porque es el producto de una investigación escrupulosa de Vargas Llosa (no es muy común que los escritores se tomen tan en serio la investigación previa a la escritura); y temor, porque está escrita tan soberbiamente bien, con una suerte de realismo crudo y complejo al mismo tiempo, que uno termina metido de cabeza en las trincheras, con los médicos militares, cercenando piernas sin anestesia. Y es duro. Fue tan duro para mí que recuerdo haber llorado; es quizá la única vez que he llorado leyendo un libro. Quizá todos los libros sobre la guerra, cualquier guerra, son en el fondo antibélicos, y por eso hacen énfasis en el absurdo o el sinsentido. La guerra del fin del mundo logra cumplir con ese requisito del género sin caricaturizar a los personajes ni las razones de la guerra. Quizá por eso es aún más verosimil, y asusta.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Día 27: uno que le regalaron y no le gustó

Notas, de Marcel Duchamp
Tengo cierta obsesión con Duchamp y con su obra, de manera que he aburrido a generaciones de estudiantes con largas divagaciones sobre el ready made. Mi obsesión por Vila-Matas está directamente relacionada con Duchamp, pues al primero empecé a leerlo por la Historia abreviada de la literatura portátil, que es un libro radicalmente duchampiano. En fin, hace unos años un amigo decidió regalarme la edición que hizo Tecnos de las Notas de Duchamp, la más completa y la más juiciosa que hay en castellano. Aún agradezco el gesto, pero el libro es ilegible, aburrido y un poco absurdo. Es tan minucioso y literal el estudio de las notas sueltas de Duchamp que parece más un ejercicio psicoanalítico que otra cosa. En fin, atesoro el libro, porque es raro, pero la verdad es que es también inútil.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Día 26: uno que asocie con la música que le gusta

Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters
Me gusta el blues. No es el único tipo de música que me gusta; como todos, tengo un gusto musical ecléctico. Pero el blues me gusta lo suficiente para haber acumulado discos, datos, imágenes, recuerdos, películas sobre el género. Y este libro; que no es un libro sobre blues ni tan siquiera sobre música; es de poesía. Más exactamente, de epitafios. 250 epitafios que Lee Masters escribe para los muertos de Spoon River, un pueblo cualquiera en Illinois (el tipo de lugares que se asocian a la expresión “la América profunda”). Para mí estos epitafios-poemas suenan como suena el blues, el viejo blues del Mississippi, de Robert Johnson, falta apenas una guitarra vieja rasgada de vez en cuando, entre poema y poema.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Día 25: uno para aprender a perder

Carpe diem, de Saul Bellow
Creo que las lecciones más difíciles, pero también las más importantes, son aquellas que nos enseñan a perder, que nos recuerdan que no siempre (o casi nunca) podemos ganar. Las historias que nos dan estas lecciones son el reverso de los libros de autoayuda. Y sin embargo nos pueden ayudar: a ser menos pretenciosos, o menos orgullosos, a estar listos para encajar la derrota, a estar menos ansiosos y más tranquilos, a saber, en fin, que no somos los primeros ni seremos los últimos en perder. En esta novela corta Bellow cuenta la historia de Tommy Wilhelm, un hombre de cuarenta años que hace un duro balance de su vida y decide, como sugiere el título del libro, jugar su suerte a lo que le depare cada día; una estrategia desesperada con resultados imprevisibles. Por supuesto, como hace suponer el título de esta entrada, y como hace suponer la experiencia objetiva, Wilhelm pierde la apuesta.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Día 24: uno que no le prestaría a nadie

Antología del cuento norteamericano, selección de Richard Ford
Todo lector (¿casi todo lector?) es, por definición, fetichista. O lo era, antes del libro electrónico y etcétera. Yo no cambio los libros como objeto por los libros como archivos digitales. Me gusta sentir el peso de cada libro, la textura de las páginas y todas esas cosas que a los nuevos lectores digitales les parecerán cursilerías de nostálgicos decadentes. Y compro libros-objeto, por supuesto, muchos de los cuales no pienso leer tanto como hojear o simplemente admirar (y alardear de ellos, claro): libros de arte o cine y ese tipo de cosas. No prestaría ninguno de esos. Pero ya que he limitado este blog a la literatura elegiré este libro editado por Galaxia Gutenberg en 2002. Y lo elijo porque es un objeto hermoso: 1300 páginas en papel arroz o cebolla o, en todo caso, muy delgado (no sé el tecnicismo correcto), encuadernado (cosido), tapa dura, separador de tela cosido al lomo. Ah, y el contenido. La antología es excelente, claro.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Día 23: uno que le gustaría volver a leer en su vejez

Fausto, de J. W. Goethe
A los 20 años creía que lo sabía todo o que podía entender perfectamente cualquier cosa: leía al mismo tiempo El ser y la nada y La divina comedia y pretendía acumular un capital cultural que quedaría allí de una vez y para siempre. Pero los lectores cambiamos, los libros permanecen, y no es fácil que el libro y el lector estén bien sincronizados. Ahora siento que perdí el tiempo, aunque la afirmación parezca drástica. No estaba listo para algunos de esos libros, otros no los necesitaba y sé que no volveré a leerlos. Fausto es uno de aquellos libros que leí o intenté leer intuyendo, desde el principio, que no comprendería, que me hablaba de cosas que no tenían que ver con un joven (o con el joven que yo era). Los temas del Fausto exigen ser escritos con mayúsculas (el Bien y el Mal, etcétera), y no son, como suele suponerse, simples oposiciones que se resuelven en la condena de la codicia de Fausto; no es tan sencillo. La atmósfera y la retórica de la obra tomaron a Goethe casi toda su larga vida. Ahora creo que es muy pretencioso haber intentado leerlo así como así, casi como un divertimento. Hay que leerlo con la tranquilidad y el aplomo que espero que traiga la vejez.

martes, 30 de agosto de 2011

Día 22: uno de poemas

Poemas humanos, de César Vallejo
Para mí es muy difícil escribir sobre poesía. Creo que la lectura de poesía es una actividad tan radicalmente solitaria que lo mismo debe suceder con su difusión o su crítica. Hablar con alguien sobre poesía es en cualquier caso embarazoso y quizás inútil. No se me ocurre, por ejemplo, cómo puede haber festivales de poesía (y exitosos, además). Todo esto para excusar esta reseña sin muchos adjetivos y más bien parca, aún cuando Vallejo significó y significa para mí muchas cosas que (precisamente) no puedo expresar claramente. Solo diré que la fuerza de los Poemas humanos es tal que por momentos ahoga, oprime, pero también impulsa: dan ganas de leer a gritos algunos de los poemas, o simplemente de gritar cualquier cosa. Esto es lo que tiene la buena poesía, ese efecto directo, casi físico, desestabilizador, en fin: patético (en el sentido original y ya casi olvidado del término).

lunes, 29 de agosto de 2011

Día 21: uno de cuentos

Un mundo modelo, de Michael Chabon
Y sí, Chabon hace parte de esos escritores gringos contemporáneos de los que he venido hablando. Se ha hecho famoso por una novela extensísima llamada Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, que no sé si algún día tendré la paciencia de leer (se ve, por esto y por la polémica de los rusos del XIX, que he ido perdiendo esa virtud). Este libro de cuentos está dividido en dos partes: "Un mundo modelo" y "El mundo perdido". Están conectadas por algunos personajes en común, y pueden leerse como un proyecto de novela corta que se quedó en fragmentos. Chabon tiene esa mirada aguda, de sociólogo vergonzante, que suelen tener los buenos escritores gringos, y la combina con una economía del lenguaje del tipo de Raymond Carver, aunque sin la atmósfera deprimente de este último. Tal vez mi amor por este libro provenga de un cuento, "Millonarios", que de algún modo resume mis preocupaciones sobre la amistad, y mi asombro constante por las gratificaciones de la amistad. Sólo puedo decir eso de ese cuento y de una novela de Julian Barnes: Metrolandia.

domingo, 28 de agosto de 2011

Día 20: uno que lo haya sorprendido por malo

La posibilidad de una isla, de Michel Houellebecq
A Houellebecq empecé a leerlo por su fama de enfant terrible de la literatura contemporánea, y dejé de leerlo por lo mismo. Hay que decir que Ampliación del campo de batalla es un libro devastador. Al menos a mí me dejó devastado, deprimido, durante semanas. Todavía no me siento capaz de releerlo: es un libro cruel. Pero también es genial. Con ese antecedente me lancé a leer La posibilidad de una isla. No podía creer que se tratara del mismo autor; cada tanto revisaba la portada para cerciorarme. Sí: Houellebecq. Un martirio, y aún faltaban 300 páginas. Le di varias oportunidades, pensaba que tenía que mejorar en algún momento, que después de todo era Houellebecq. Nada. Y lo leí, sin embargo, hasta el final, por terquedad y porque guardaba la secreta esperanza de que fuera una broma: esa historia de amor y de ovnis en formato reality-show no podía ir en serio. Iba en serio, y todavía me sorprende que lo fuera.
PD: escribiendo este post me entero de que hay versión para cine, ¡dirigida por el propio Houellebecq! Tiene que ser un bodrio.

sábado, 27 de agosto de 2011

Día 19: uno que lo haya sorprendido por bueno

Ahora sabréis lo que es correr, de Dave Eggers
Varias cosas me hacían dudar de este libro, pero sobre todo su título horrible y disonante (al menos en la edición española). Lo vi en una librería de saldos y libros usados y lo compré por dos razones: la primera es que un amigo me había dicho que Eggers era un escritor de lo que llamaban la “next generation” (Foster Wallace, George Saunders, Matthew Klam, todos los de la revista McSweeneys), y por ese entonces yo amaba a Jonathan Franzen, a quien creía reconocer en la misma etiqueta. De hecho, después leería en línea a todos estos autores y me obsesionaría un poco con la literatura gringa contemporánea, pero fueron Franzen y Eggers quienes me convencieron. La segunda razón es más prosaica y quizá fue más decisiva: el libro estaba en cinco mil pesos (y es una edición de tapa dura de 400 páginas). Y hay incluso una tercera razón: en esa edición (no sé si en las otras) el texto empieza directamente en la contratapa, no hay páginas en blanco ni información editorial ni nada. Esa innovación formal me dio curiosidad. En fin, lo compré y no esperaba mucho de él: el titulo era horrible, Eggers un desconocido, el precio sospechosamente bajo, y sé por experiencia que Mondadori es capaz de publicar cualquier cosa. Pues bueno: es una novela maravillosa, uno de esos retratos de una generación (una generación global, en este caso) que tanto se prometen y no siempre funcionan; sobre esa generación Eggers profetizó, hace diez años, muchas cosas que vemos hoy más claras.

viernes, 26 de agosto de 2011

Día 18: el que más veces ha leído

Sin remedio, de Antonio Caballero
Leí esta novela por primera vez a los 18 o 19 años y desde entonces la he releído al menos cinco veces, una vez cada dos o tres años. Hay fragmentos que me sé de memoria. A veces me despierto como tarareando el inicio: “A los 31 años Rimbaud estaba muerto. Desde la madrugada de sus 31 años Escobar contempló la revelación, parada en el alféizar como un pájaro”. Así de grave es mi obsesión con esta novela. Y es aún más grave: Ignacio Escobar ha influido en mi idea de lo que debiera ser mi vida mucho más de lo que estoy dispuesto a aceptar; ha sido para mí una especie de alter ego; he intentado (no sé si con éxito) copiar su sentido del humor, su desencanto, su cinismo. Todavía río a carcajadas con pasajes del libro que no deberían sorprenderme, y soy capaz de leerlo en un par de noches, aun cuando tiene 600 páginas (y el propio Caballero insiste en que no sabe cómo llegó a escribir tanto; nunca volvió a publicar una novela). La primera vez que lo leí fue en la edición original de Oveja Negra (1984) que me prestó un amigo, luego compré la edición de Seix Barral (1996) que todavía conservo; en otra ocasión compré la edición del diario El Tiempo (2003) que después regalé y me arrepentí de regalar; desde que apareció la última edición, la de Alfaguara, me prometí comprarla algún día, y lo haré. 

jueves, 25 de agosto de 2011

Día 17: uno de este año

Missing, una investigación, de Alberto Fuguet
También el criterio "uno de este año" puede ser confuso. ¿Leído este año?, ¿escrito este año?, ¿publicado por primera vez este año? Puede tomarse de cualquier modo, no estamos llenando un formulario de impuestos. Yo escogí Missing porque lo compré este año en la feria del libro de Bogotá, en donde era una de las grandes "novedades" de Alfaguara. La edición que compré es de este año, pero luego supe que la primera edición es de 2009. Tenía ganas de leerlo porque algunos amigos me habían recomendado mucho a Fuguet y porque en la contraportada promete un "juego entre la ficción y la realidad", que es una promesa gastada y hasta banal, pero es también una promesa en la que yo creo (o caigo) una y otra vez, esperando quizá variaciones de Vila-Matas, que es uno de mis autores preferidos. Y Missing cumple la promesa: Fuguet la llama "una novela de no-ficción", y es exactamente eso. Pero además del juego formal es un relato conmovedor y duro sobre la familia, sobre las familias, y si se quiere es también una de esas parábolas de la desaparición que le gustan tanto a Vila-Matas, precisamente.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Día 16: uno ruso que sí haya leído

Almas muertas, de Nikolai Gogol
Sé que todos pretendemos haber leído, digamos, Los hermanos Karamazov, pero por alguna razón me parece que es objetivamente imposible haberlo leído de verdad. Lo mismo puede decirse de La guerra y la paz y otros monumentales clásicos rusos que uno suele encontrar muy baratos en ediciones de los años setenta. No me refiero, claro, a los cuentos ni a las novelas cortas. Leer a Chejov o El jugador de Dostoievsky no cuenta. Me refiero a los grandes ladrillos del XIX. Yo los tengo todos indefinidamente aplazados. El único que alcancé a leer cuando tuve el impulso para hacerlo (y la oportunidad: unas vacaciones largas, confinado en el campo, etcétera) fue este, Las almas muertas. Cuenta el largo viaje de Chichikov por el extenso territorio ruso comprando registros de siervos muertos para hacer algún truco tributario que lo hiciera millonario. El libro va encadenando relatos de los diversos encuentros de Chichikov con personajes de todo tipo, y es sinceramente divertido. Gogol logra mantener el registro de la parodia (común en sus cuentos, como La nariz El abrigo) sin descuidar el estudio de carácter ni el panorama social. Espero que algo de eso haya en los otros rusos, que tal vez me anime a leer algún día.

martes, 23 de agosto de 2011

Día 15: uno que haya amado hace años y del que hoy reniega

La náusea, de Jean Paul Sartre
En la anterior entrada confesé que en mi adolescencia fingía leer a Camus. También fingía leer a Sartre. O mejor: fingía que me gustaban. Y lo fingía tan bien que en algún momento no pude distinguir fácilmente el gusto de la pretensión. He tardado años en comprender, lentamente, que Camus sí me gustaba de verdad, y que me apresuré a leerlo (no tiene sentido leer, por ejemplo, La muerte feliz, antes de los 40). También he comprendido que Sartre no era más que un capricho, y que hoy sólo salvaría algunos cuentos del El muro, como Intimidad. El resto, sobre todo sus "novelas" (La náusea, La suerte está echada), me parecen hoy verdaderamente impotables. A quienes no han leído La náusea, les aseguro que no se pierden de nada, por más que les insistan en que se trata de un "clásico". Lean El extranjero, que la contiene y la supera; pero ahórrense a Sartre.

lunes, 22 de agosto de 2011

Día 14: uno que haya odiado hace años y hoy admira

Mi alma se la dejo al diablo, de Germán Castro Caycedo
No es precisamente el libro, sino el autor, lo que odiaba hace unos años. O no digamos "odiaba": despreciaba. Y lo despreciaba por puro y simple esnobismo, por una serie de prejuicios según los cuales un periodista colombiano que hacía best-sellers no podía ser nada bueno. En las vacaciones de mi adolescencia veía a los adultos de mi familia (a quienes, como todo adolescente, también despreciaba de algún modo) leyendo a Castro Caycedo (La bruja, por ejemplo, que apareció cuando yo tenía 14 años) y me indignaba y fingía leer a Camus. Hace poco, sin embargo, empecé a sentir curiosidad por sus crónicas de la selva, y un buen día compré y leí casi de un tirón Mi alma se la dejo al diablo. Quedé impresionado. Puede que Castro Caycedo sea un narrador más bien burdo, pero es un investigador tenaz y curioso, y sabe contagiar su curiosidad al lector. Puede que sea efectista, pero, qué más da, es también efectivo. Ahora ando buscando el tiempo para leer Perdido en el Amazonas y quizá, luego, El alcaraván.

domingo, 21 de agosto de 2011

Día 13: el primer libro que leyó en su vida

Aventuras de un niño de la calle, de Julia Mercedes Castilla
Por supuesto que no recuerdo cuál fue el primer libro que leí en la vida. Eso depende, entre otras cosas, de cómo definamos "libro" y de cómo definamos "leer". Recuerdo algunos de los que más me impresionaron, y de los que aún conservo imágenes mentales nítidas, asociaciones afectivas claras. No fue fácil elegir, de entre ese grupo (un grupo pequeño, pues de niño no era, afortunadamente, el lector obsesivo en que me convertí luego), entre dos libros: Zoro, de Jairo Anibal Niño, y este que reseño de Julia Mercedes Castilla. Sé que Zoro es un libro para niños más pequeños, y sé también que fue escrito primero (en 1977). Pero me decidí por las Aventuras de un niño de la calle porque aún hoy lo recuerdo mucho mejor y porque varios años después lo leí de nuevo (y me gustó de nuevo), mientras que Zoro es ya un recuerdo borroso del que sólo me queda la selva y el ave tente (muchos años después lo asociaría con las crónicas amazónicas de Germán Castro Caycedo). Aún conservo ambos libros: de las Aventuras tengo la primera edición, de 1990, y de Zoro la decimonovena edición, también de 1990, de modo que debía tener diez años cuando los leí. Ambos están marcados con mi nombre (algo que no volví a hacer desde esa edad) y tienen subrayadas las palabras que no comprendía: "atestado", "harapiento". Aún veo la portada de las Aventuras y recuerdo el libro como mi primera expedición por Bogotá, una ciudad que he recorrido desde entonces sobre el dibujo de los lugares que describe esta novela.

sábado, 20 de agosto de 2011

Día 12: una biografía

Magallanes, de Stefan Zweig
Stefan Zweig suele ser considerado uno de los grandes biógrafos del siglo XX, junto con Emil Ludwig. Zweig  escribió varios clásicos del género, como María Antonieta o Fouché, en los que logró combinar el rigor propio de la investigación histórica con una prosa amena y didáctica que atrapa a cualquier lector. Pero quizá su biografía más hipnotizante sea esta de Fernando de Magallanes, el hombre que descubrió para Europa el insondable y terrible océano Pacífico. Podría decirse que cualquier biografía de Magallanes, incluso la de Wikipedia, por sonsa y directa que sea, resulta apasionante simplemente porque la vida de Magallanes, y su gesta, fueron incréibles. Pero la biografía de Zweig no está solamente muy bien escrita, sino que está escrita con el corazón: se nota en cada párrafo el amor y la admiración del autor por su biografiado, y el lector termina cediendo tarde o temprano a los mismos sentimientos, y agradeciendo profundamente a hombres como Magallanes y todos los anónimos marineros que lo acompañaron.

viernes, 19 de agosto de 2011

Día 11: uno que lo haya motivado a visitar algún lugar

London, de Edward Rutherfurd
Desde hace unos veinte años Rutherfurd está dedicado a producir novelas históricas extensas y exhaustivas, una cada tres o cuatro años. Las dedica a lugares específicos: países como Irlanda o Rusia, o ciudades como Nueva York o Londres. London, cuyo título no fue traducido en la edición en castellano, es de 1997. Y cuenta ni más ni menos que la historia de la ciudad desde hace 2.000 años, antes incluso de que los romanos se asentaran allí y dieran al lugar el nombre de Londinium. La edición que leí (está en dos tomos) tiene 1.200 páginas. Y yo no soy particularmente aficionado a la novela histórica. Rutherfurd, sin embargo, me atrapó con un artificio simple: un árbol genealógico. Toda la historia está contada desde la perspectiva de generaciones de descendientes de un primer personaje. Es realmente una novela cautivante y es difícil no ir enamorándose de una ciudad que se ve crecer, cambiar, decaer y volver a empezar capítulo a capítulo. Eso sí, aún no he ido a Londres, todo hay que decirlo.

jueves, 18 de agosto de 2011

Día 10: uno con una pésima versión cinematográfica

El pasado, de Alan Pauls
Esta novela es tan buena que prácticamente acabó con la carrera de Alan Pauls como escritor: eclipsó todo lo que había escrito antes y lo que escribiría después. El pasado, que ganó el Premio Herralde en 2003, cuenta la historia de Rímini y Sofía, una pareja que simplemente no puede dejar su tormentosa relación en el pasado. O bien: cuenta la historia de un pasado que se resiste, obscenamente, a morir; como un zombie. La idea está vagamente basada en la trágica historia de Adele Hugo http://bit.ly/pTg7k6. Pauls parece haberla escrito de un tirón, y dan ganas de leerla así (no se puede, tiene casi 600 páginas), y logra cosas tan difíciles como transformar, sutilmente, unos bellos recuerdos en una idealización grosera de la rutina y la obsesión. En 2007 Héctor Babenco decidió hacer una versión cinematográfica que es desafiantemente mala.  http://www.imdb.com/title/tt0765469/. Aburrida, simplona, con una mediocre actuación de Gael García y, en resumen, innecesaria. Quizá sólo es destacable  la aparición (no la actuación) de la bella Moro Anghileri. De nuevo, un libro no apto para enamorados (la película sí pueden verla, es una película inofensiva).

miércoles, 17 de agosto de 2011

Día 9: uno con una excelente versión cinematográfica

Vía revolucionaria, de Richard Yates
Es difícil de creer que Richard Yates escribió esta monumental novela a los 30 años, una edad a la que ya había estado en la guerra, tenido tuberculosis y vivido en Francia (sí, antes se vivía más rápido). Y es difícil de creer porque está magistralmente escrita, pero sobre todo por que es una historia de fracasos que sólo podría contar un viejo curtido por la derrota; es una inversión radical del sueño americano, convertido en pesadilla. Tras su lectura nada queda en pie, ni el amor, ni el trabajo, ni la familia, ni la cultura. Nada. Casi 50 años después de su publicación, Sam Mendes hizo su versión cinematográfica, increíblemente más tortuosa y asfixiante que el libro; una verdadera pesadilla de 120 minutos en la que Kate Winslet y Leonardo DiCaprio hacen los papeles de su vida. Sobre esta película escribí una reseña en Cahiers de DVD; aquí el enlace: http://bit.ly/oYdPAJ  Ni el libro ni la película son recomendables para enamorados con planes de casarse.

martes, 16 de agosto de 2011

Día 8: uno para leer por fragmentos

Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas
Vila-Matas es un autor que se ama o se odia. Esto quizá se debe a que no escribe propiamente literatura, sino que escribe sobre literatura, lo que sin duda puede parecer muy esnob o muy aburrido, pero también puede parecer (a mí me lo parece) necesario como índice o como brújula en medio de tantísima literatura buena y mala. En todo caso, Vila-Matas no escribe sobre literatura como suele hacerse, bajo el formato del ensayo o la crítica convencional. Sus libros son híbridos arriesgados (y quizá, sí, algunas veces desafortunados) entre el diario, la crónica, el ensayo, la novela y otros géneros. Bartleby y compañía es un inventario de autores y obras que sirven de ejemplo al síndrome de Bartleby, el famoso personaje de Melville que un día "prefirió no hacer" nada más. Es una antología de lo que Vila-Matas llamó "la literatura del no". El libro puede iniciarse o terminarse por donde se quiera, y muchas de sus 86 entradas merecen ser releídas. Fíjense si no en la entrada sobre Salinger: http://bit.ly/p2GCdC 

lunes, 15 de agosto de 2011

Día 7: uno muy divertido

La conjura de los necios, de John Kennedy Toole
En muchos sentidos podría decirse que este es un libro deprimente, más que divertido. Su autor se suicidó a los 31 años sin conseguir verlo publicado. Su protagonista, Ignatius Reilly, es un cuarentón obeso y misántropo que vive con su madre. Y sin embargo este es, efectivamente, un libro tremendamente divertido. Las desventuras del patético Ignatius pueden hacernos reír hasta las lágrimas. Su paso fortuito por el sindicalismo, por ejemplo, sigue causándome risa hoy, cuando ya ni siquiera lo recuerdo bien. La conjura de los necios es una de las mejores pruebas de la increíble habilidad que tienen los gringos para burlarse de sí mismos. Es divertido porque de algún modo despreciamos a Ignatius, y es deprimente porque inevitablemente nos ponemos de su parte. 12 años después de su suicidio, John Kennedy Toole ganó el premio Pulitzer por esta novela; tal vez eso también hace parte del humor negro que la rodea.

domingo, 14 de agosto de 2011

Día 6: uno de un nobel

Las aventuras de Augie March, de Saul Bellow
Saul Bellow ganó el nobel en 1976, unos meses después de ganar el Pulitzer por El legado de Humboldt. Veinte años antes había escrito su novela más imponente y pretenciosa (en el sentido positivo del término): Las aventuras de Augie March. Un mamotreto de 700 páginas (en la edición de bolsillo de Random House) que cuenta la vida entera, literalmente, de Augie March, un judío de Chicago que hace lo que puede para sobrevivir y para divertirse. El libro tiene mucho de la novela picaresca española, y también, si se quiere, del Quijote y hasta del Tristram Shandy. Es también la novela más experimental de Bellow en el tono y la retórica, barroca pero contenida y siempre al servicio de la narración, que logra mantener siempre un buen ritmo. Como muchos saben, me gusta todo lo de Bellow. Ya aparecerá alguna otra novela suya en esta lista.

sábado, 13 de agosto de 2011

Día 5: uno de viajes

En busca del doctor Livingstone, de Henry Stanley.
La historia de las exploraciones de David Livingstone en el África Central es ya bastante apasionante, y hay muchos libros que la narran de un modo u otro. Pero la historia de la búsqueda de Livingstone por parte de Henry Stanley no es sólo apasionante: también es aterradora, aleccionante, mórbida y, en resumen, fantástica. Efectivamente, el lector del siglo XXI no puede sino tomar como fantasía la travesía de este increíble periodista-explorador del siglo XIX; su viaje significa esfuerzos sobrehumanos que fatigan incluso al lector. Y la verdad es que no es un libro fácil de leer: está sobrecargados de imágenes y hay que detenerse cada tanto para hacerse una idea del espacio inverosímil de un continente aún mítico que los europeos recién colonizaban a sangre y fuego. Stanley, que cuenta su historia en primera persona, es un personaje lleno de contradicciones: egomaníaco (cualquiera lo sería después de ese viaje; yo lo sería), ambicioso, racista, violento; pero también valiente, honorable, leal (a Livingstone y a los europeos, por lo menos). Un libro que me hizo sentir como un perfecto cobarde y un perezoso, que es lo que suele pasar con los buenos libros de viajes.

viernes, 12 de agosto de 2011

Día 4: uno que le gusta a todos menos a usted

La guerra de Galio, de Héctor Aguilar Camín
No diría tanto como que esta novela le guste "a todos", pero sí es considerada un clásico contemporáneo de la literatura latinoamericana, y varias personas me la han recomendado con sospechosa insistencia. Una amiga en particular lleva casi diez años recomendándome que la lea. Los elogios al uso hablan de un "agudo retrato del poder", y suele compararse con otras novelas sobre política latinoamericana (El señor presidente, La fiesta del chivo, etcétera). He tratado de pasar de la páginas 50 (tiene casi 600) al menos dos veces, y no lo he logrado. El protagonista, García Vigil, me es profundamente antipático: un intelectual desencantado que se despacha en cualquier momento con *brillantes* monólogos sobre la historia mexicana y que, por si fuera poco, tiene alguna oscura aventura sexual cada tres páginas. Todavía no llego al "agudo retrato del poder"; quizá nunca llegue, quizá ya no quiera llegar.

jueves, 11 de agosto de 2011

Día 3: un placer culposo

El delfín, de Álvaro Salom Becerra
Salom Becerra es un autor menor de la literatura colombiana (y, más estrictamente, bogotana). No aparece en ninguna historia de la literatura que yo haya visto y su recuerdo se ha ido borrando inexorablemente. Hasta hace unos veinte años fue muy leído y reeditado. Después, con el boom de autores colombianos de los años noventa, desapareció. La verdad es que sus novelas son abiertamente folletinescas. El título de su novela más popular, Al pueblo nunca le toca, lo pinta de cuerpo entero. El delfín es una especie de cuadro de costumbres muy cachaco en el que se hace una denuncia algo caricaturesca del nepotismo. Lo leí por primera vez a eso de los quince años y lo amé. Todavía lo amo. Alguna vez lo estaba releyendo en la universidad y un profesor (por lo demás muy respetuoso) se burló de mí sin atenuantes. "Lea a Cortazar", me dijo. Y tenía razón: yo no había leído a Cortazar. Pero también es claro que él sí había leído a Salom Becerra, y estoy seguro de que sus lectores vergonzantes somos legión.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Día 2: uno que se haya demorado mucho en leer

Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño
Tengo que admitir que me costó terminar este libro que muchos otros se precian de haber devorado. La primera parte es la mejor: Juan García Madero es uno de los personajes más carismáticos que recuerde, y el relato en sus manos divierte y apasiona. Pero la segunda parte es difícil, por momentos insufrible. Abandoné el libro varias veces y sólo lo retomaba por el afecto que le tenía a García Madero (Ulises Lima y Arturo Belano me fueron más bien antipáticos), y por tratarse de un clásico contemporáneo de "obligada lectura". Al final, la búsqueda de Cesárea Tinajero le da un nuevo aliento a la historia y equilibra la balanza. Vale la pena leerlo, sin duda, pero a mí me costó lo suyo.

martes, 9 de agosto de 2011

Día 1: uno que leyó de una sentada

Luna caliente, de Mempo Giardinelli.
Literalmente leí esta novela de una sentada, una noche hace unos cinco años. No se trata sólo de que sea corta, es que es imposible de soltar. Tiene todos los elementos de una fórmula narrativa exitosa: despierta la curiosidad morbosa del lector, lo pone en un dilema moral, le esconde una revelación importante. No voy a ocultar que se trata, también, de una novela inusualmente excitante (y no, no es literatura erótica, es más bien una novela negra). Después traté de leer otra novela corta y supuestamente "trepidante", de Giardinelli, El décimo infierno. No lo logré. Es pésima. Haciendo este post me entero de que hay una versión cinematográfica de Luna caliente, aparentemente muy mala. Creo que el libro ya era lo suficientemente cinematográfico como para hacer la película.